martedì 12 gennaio 2010

“PeaceMaker”.


En la Base Aérea de Dover, E.E.U.U., se construyó un Centro para acoger a los familiares de los caídos. Una enorme estructura con luces bajas, alfombras y sofás en donde las familias estadounidenses esperan la entrega de los cuerpos de los soldados muertos en Afganistán o Iraq.

Mientras tanto, el gobernador de la ciudad de New York asegura que los juicios a los procesados por los ataques terroristas del 11-09-01 costarán a la ciudad en torno a los $200 millones de dólares al año.

Sumado a ello, los aeropuertos de las ciudades más importantes de EEUU y Europa están invirtiendo millones de dólares para aumentar las medidas de seguridad; medidas de seguridad que incluyen scanners que podrían comportar una violación de la privacidad de los pasajeros o alimentar el mercado de la pornografía infantil.

Entre tanto, el Ministro de Defensa israelí es amenazado de muerte por sus propios ciudadanos quienes se oponen a un posible retiro de los asentamientos en los territorios ocupados y una delegación militar israelí cancela su visita a Inglaterra por miedo a que sus miembros sean detenidos y procesados por crímenes de guerra cometidos durante la última guerra en Gaza.

Hasta aquí algunos de los costos de la política belicosa y agresiva de las máximas potencias mundiales. Son éstos claros ejemplos de los frutos que se recogen cuando se siembra violencia y sufrimiento; cuando se persigue la utilidad económica a toda costa, aún a través de la industria despiadada de la guerra.

Seguramente esta política del confronto y del choque de civilizaciones para alentar los conflictos en el mundo trae ventajas y beneficios para alguien. Quizás para los productores y comercializadores de armas, para las empresas como Halliburton encargadas de proveer alimentación a las tropas americanas y sin ninguna duda para los países productores de petróleo y para una buena feta de la clase política mundial.

No obstante ello cabe preguntarse si la industria de la paz no sea igualmente rediticia. La promoción de la convivencia pacífica entre los pueblos parece no prometer enormes beneficios económicos en el corto plazo y, por consiguiente, no atrae la atención de las grandes multinacionales y de las más importantes lobbies estadounidenses. Yo en cambio creo que invertir en la educación a la paz sea conveniente y prometedor y que ello pueda reportar, en el largo plazo, beneficios de enorme magnitud no solo económicamente hablando puesto que la calidad de vida – no debemos olvidar – no se mide solamente en términos económicos.

En este sentido, “PeaceMaker” no es solo un video-juego; es también un valiente pronunciamiento a favor de la paz y una valiosa herramienta para conocer en profundidad las causas del conflicto en Medioriente.

Se trata de un juego de PC que simula el conflicto árabe-israelí con el objetivo de promover las relaciones pacificas entre palestinos e israelíes. Los participantes pueden elegir jugar en el rol del Primer Ministro de Israel o en el de Presidente de la Autoridad Palestina. La tarea es la de tomar decisiones en materia de seguridad en las fronteras, respuesta a ataques terroristas, asentamientos en los territorios ocupados, interactuando con otros líderes políticos y grupos sociales con el objetivo de alcanzar una solución estable del conflicto pudiendo ganar el premio Nobel de la Paz o ser procesado por crímenes de guerra.

Juagando al “PeaceMaker” uno alcanza a percibir la complejidad del conflicto, la imposibilidad de contentar a todas las partes y los sufrimientos, motivaciones, razones y no-razones de los dos pueblos implicados.

En un mundo gobernado por la inconciliable lucha de facciones en donde el debate está inevitablemente contaminado por las manipulaciones propagandísticas de ambos campos, un simple videojuego nos enseña que no alcanza con responder a los atentados con la represión y a la represión con los atentados y que no es posible alcanzar un acuerdo de paz mientras no se rompa este diabólico engranaje.



Quizás sea hora de revolucionar el mercado de la política internacional apostando a aquellos productos que nos proponen un desafío nuevo: no la guerra, la batalla, la muerte y la destrucción sino simplemente la paz. Después de todo ser un Peace Maker y lograr conciliar los intereses y los derechos de los diversos pueblos de la humanidad parece ser una empresa mucho más difícil que la de cualquier superhéroe. Una buena "campaña de marketing" que nos convenza de que la paz es una buena inversión de la cual, a la larga, tenemos mucho más que ganar es la clave. Para lograrlo el primer paso es, seguramente, crear más “solucionologos” y menos “problemologos”, menos “War Lords” y màs “Peace Makers”.

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