giovedì 31 dicembre 2009

Hombres bajo el Sol


“¡¿Por qué no golpearon en las paredes de la cisterna?! ¡¿Por qué?!”


Los tiempos que corren son tiempos de contraste; tiempos en los que de un lado del muro o del alambre de púas una parte de la humanidad vive sin preocupaciones inmersa en la fiesta del consumismo desenfrenado mientras que al otro lado, la otra parte de la humanidad es reducida a una miserable existencia de pobreza e infelicidad. Estos son también tiempos de fugas y éxodos de países sin futuro hacia “paraísos” de esperanza.

El libro de Ghassan Kanfani, “Hombres bajo el sol”, nos habla justamente de eso: es la historia de tres refugiados palestinos que viven en Iraq y que sueñan con llegar a Kuwait donde esperan encontrar un trabajo redituable que les permita ayudar a sus empobrecidas familias. Para lograr su cometido contratan a Abul Khaizuran quien les promete llevarlos a Kuwait escondidos en el tanque de un camión cisterna que el conduce.

Cada uno de los personajes tiene una historia que contar:

Abu Qais tiene una esposa y un hijo. Su hija murió de desnutrición en un campo de refugiado. Extraña el pequeño campo de grano que debió abandonar y su tierra ahora ocupada por Israel. Su esposa le critica su apego al pasado y lo insta a viajar a Kuwait para así poder ganar dinero:

“En los últimos diez años no has hecho otra cosa que esperar. Has necesitado diez largos años de hambre para convencerte de que has perdido tus arboles, tu casa, tu juventud y tu pueblo entero. En todos estos años la gente se las ha rebuscado para vivir mientras tú has estado echado como un perro en una cucha miserable. ¿Qué es lo que estás esperando?”

Marwan quiere trabajar en Kuwait para enviar cada centavo que gane a su madre y a sus hermanos. Assad ya intentó en otra oportunidad llegar a Kuwait pero el traficante lo abandonó en el medio del desierto.

La odisea concluye con una tragedia y el conductor del camión que arroja los cuerpos de los tres hombres en un basural mientras se pregunta “¡¿Por qué no golpearon en las paredes de la cisterna?! ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué?!”

Son dos las realidades sobre las que es necesario reflexionar a partir de este cuento:

Por un lado el autor critica la inicial inactividad del pueblo palestino como así también de los otros países árabes mientras eran despojados de su tierra. Critica la falta de organización política por parte de la resistencia, inicialmente y, posteriormente, la pésima administración de la Autoridad Palestina. Al inicio del conflicto, el pueblo palestino, como los personajes del cuento, aceptaron su destino sin revelarse, sin golpear “en las paredes de la cisterna”. 60 años después el pueblo palestino aún está reducido a una existencia miserable en los campos de refugiados añorando la tierra que perdieron y anhelando un futuro mejor que nunca llega, olvidados incluso por la comunidad internacional puesto que son gente-desecho arrojada en el basural de la historia.

La otra cuestión que llama poderosamente mi atención es la diferencia abismal que separa el estilo de vida de los ciudadanos del Estado de Israel de las condiciones de vida del pueblo palestino.

Hace algunos días atrás el New York Times publicó una entrevista a Dan Senor co-autor junto con Saul Singer del libro “Start-Up Nation: The Story of Israel’s Economic Miracle” ( Start-Up Nation: La historia del milagro económico de Israel). Los autores proponen a Israel como un modelo de exitoso emprendimiento empresarial, con más compañías en el NASDAQ que cualquier otro país excluso USA. Senor encuentra una explicación al fenómeno en la “chutzpah” israelí (léase “jutzpah”). La palabra indica “agallas”, “coraje” pero también “presunción” y “arrogancia”, términos todos que bien caben al pueblo de Israel: agallas y coraje para lograr convertir a su país en uno de los más avanzados del mundo aún debiendo enfrentar tantos embates; Presunción y arrogancia para lograr llevar adelante sus objetivos contra viento y marea (léase “contra la voluntad de la población nativa y las leyes del Derecho Internacional”).

La pregunta es la siguiente y es válida para Israel como para cualquier otro país: El fin, ¿justifica los medios? El desarrollo económico y el bienestar de la población israelí, ¿pueden obtenerse a todo precio? ¿Aún en detrimento de los más esenciales derechos del pueblo palestino? Y la comunidad internacional, ¿no tiene nada que decir al respecto?

Si las grandes potencias occidentales hicieron escuchar su voz en contra de regímenes como el del cubano Castro o el del iraní Ahmadinejad, ¿por qué en cambio son tan reticentes a tomar una posición precisa y clara de condena a la ocupación israelí?

Es importante hacer notar que en numerosas ocasiones la comunidad internacional ha impuesto sanciones económicas a países como Zimbawe, infiriendo un golpe durísimo a una población cuya única culpa es la de ser gobernados por un dictador cuya destitución buscan constantemente aunque sin éxito. Por el contrario, las políticas de ocupación progresiva del territorio palestino a través de la construcción de asentamientos ilegales así como la sistemática expulsión y exclusión de la población indígena son apoyadas por un importante porcentaje de la población del Estado de Israel sin que ello produzca ni siquiera la propuesta de algún tipo de sanción internacional.

La única “sanción” a la política de ocupación israelí podría ser la decisión del gobierno británico de modificar los requisitos de identificación de productos alimenticios importados diferenciando en sus etiquetas y envolturas entre aquellas manufacturas producidas en un asentamiento israelí en Cisjordania y aquellas de producción palestina. Todo ello porque Israel identifica todos sus productos como “Producto Israelí”, aún aquellos que provienen de sus asentamientos ilegales en el West Bank (o Cisjordania). De esta manera muchas personas creen ayudar a la economía palestina a través de su compra cuando en realidad están comprando mercadería israelí. El gobierno del Estado de Israel, por supuesto, considera la medida adoptada por Gran Britana “hostil”.

En conclusión, es hora de empezar a “golpear en las paredes de la cisterna”. Sin miedo a ser tachada de antisemita, puesto que el antisemitismo nada tiene que ver con el problema en cuestión, la comunidad internacional debe expresarse de manera clara e inequivocable exigiendo el retiro de Israel de los territorios ocupados y un mayor compromiso por parte de su gobierno en un proceso de paz que lleve, en el futuro inmediato, a la constitución de un Estado Palestino.

Lemon Tree


“Ya he tenido mi dosis de dolor en esta vida.”



Esta vez es una película el estímulo que mueve a la reflexión: se trata de “El jardín de limones” (Lemon Tree), la película israelí dirigida por Eran Rilkis que cuenta la lucha de Salma Zidane, una viuda palestina que vive en la zona conocida como West Bank o Cisjordania, es decir, el lecho Oeste del río Jordán. La mujer cultiva un jardín de limones heredado de su padre y que representa, no sólo su medio de sustento económico, sino también sus raíces, su historia, su vida.

Los problemas de Salma inician cuando el ministro de Defensa de Israel se muda a una casa en la frontera con la Cisjordania convirtiéndose en el nuevo vecino de la protagonista. El ministro ordena la confiscación de la tierra y la poda de los limoneros puesto que, según el Mossad, ellos son una amenaza para la seguridad ya que terroristas árabes podrían usarlos para atentar contra la vida del ministro y su familia.

Pero Salma no está dispuesta a rendirse y, con la ayuda de un joven abogado, inicia una lucha legal para evitar que la orden se materialice. La esperanza de suceso aumenta cuando la mujer del Ministro manifiesta solidaridad por la causa de la protagonista andando en contra de sus intereses.

La genialidad de la historia reside en haber logrado mostrar el drama de la convivencia entre israelíes y palestinos y las repercusiones del eterno conflicto entre los dos pueblos sobre la vida de las personas comunes. Todo esto sin haber politizado el relato y sin espíritu de parte; poniendo énfasis en un claro mensaje: la absoluta posibilidad y la imperiosa necesidad de instaurar una relación palestino-israelí basada en el respeto de las recíprocas diferencias. Estoy convencida de que en ambos pueblos existe la voluntad de cambiar la situación actual y orientar el curso de la historia hacia la paz. En medio de los sionistas de extrema derecha que continúan negando la existencia de una nación Palestina y los terroristas islámicos que insisten en combatir una guerra santa para destruir a Israel existen miles de israelíes y palestinos que están cansados de la guerra y la violencia y quieren vivir en paz; miles de personas que consiguen ir más allá de la retórica del conflicto para reconocer que existen dos comunidades divididas por la etnia, la religión, la lengua pero unidas en el sentimiento universal de la paz y la solidaridad.

En esta película, el apretón de mano entre la palestina Salma y la israelí Mira, esposa del Ministro es un hermoso símbolo de esperanza; símbolo de esperanza que me fue imposible no identificar también en otro apretón de mano, ocurrido recientemente en otra zona de conflicto pero que, como argentinos, nos toca más de cerca. Me refiero al ex combatiente Carlos Azuaga, quién decidió cambiar “una memoria de muerte por otra de amor” al regresar luego de 27 anos a las islas Malvinas pero esta vez para celebrar su matrimonio junto a su amigo, el isleño Tony Blake, algunos ex combatientes argentinos e ingleses y, como si eso fuera poco, con The Draytones, la primera banda de rock anglo-argentina.


En el cine, como en los periódicos, no es fácil encontrar historias que estimulan el pensamiento e invitan a la reflexión. “El jardín de limones” es una de ellas. La política, la razón de Estado no son más importantes que los simples ciudadanos que, por esos motivos, viven inmersos en situaciones absurdas de miedo y desarraigo.

De vuelta a Haifa



“Un error sumado a otro error no da un resultado justo.”


“el peor delito que un hombre puede cometer es el de creer, aunque sea por un instante, que la debilidad y los errores de los otros le dan el derecho de existir a costa de ellos y de justificar sus propios errores y delitos…”, son las palabras de Said S., el protagonista del cuento “Regreso a Haifa” del escritor palestino Ghassan Kanafani. Ambos, autor y cuento, me fueron sugeridos por el profesor Makdisi de la UCLA. Ambos, autor y cuento, sacudieron mi conciencia y mi sensibilidad por la humanidad y la fuerza emotiva de las palabras.

En este “Regreso a Haifa” una pareja de palestinos, a gran distancia de tiempo, retorna a su ciudad natal; ciudad que debieron abandonar en 1948 como consecuencia de la guerra que dio como resultado el nacimiento del Estado de Israel. La casa está ahora ocupada por una pareja de hebreos, que huyendo de los horrores de Auschwitz, han iniciado una nueva vida en Israel. Esta nueva vida incluye la adopción de un niño, un pequeño árabe que fue abandonado en esa misma casa durante la expulsión del pueblo palestino. Podrán ya imaginar de quien se trata. Said S. y su esposa se reencuentran con su casa y con su hijo, nacido árabe y ahora convertido en soldado de Israel que rechaza terminantemente a sus padres biológicos, criticándoles el no haber luchado con todas sus fuerzas para defender su tierra y su sangre.

El apólogo del protagonista es esencial e indispensable: la suma de dos errores no da un resultado justo. Los horrores a los que el pueblo israelí ha sido sometido a lo largo de toda su historia no son motivo suficiente para justificar la negación y la expulsión del pueblo palestino. Y el mundo Occidental no puede pretender redimir sus culpas apoyando incondicionalmente el proyecto sionista. No hay dudas: el Holocausto perpetrado contra el pueblo de Israel fue uno de los mayores crimines en la historia de la humanidad. No sólo eso, en Europa y América, a lo largo de los siglos, la comunidad hebrea ha sido víctima de una infinidad de injusticias producto de la ignorancia y del fanatismo. Fueron masacrados, segregados, obligados a portar ensenas que los identificaran, acusados de deicidas, usureros y asesinos. El cristianismo y la mayor parte de las potencias occidentales son los responsables de tan tremendo delito.

Todo ello, no obstante, no coloca a la comunidad hebrea, en el siglo XXI, por encima de las normas de derecho internacional ni les otorga carte blanche para construir su país a expensas de un pueblo que, les guste o no, existe y es titular de derechos inalienables e innegables.

Desde 1967 y en contra de las resoluciones de la ONU y las sentencias de la Corte Internacional de Justicia, Israel mantiene el control de hecho sobre el territorio de la Cisjordania, la Franja de Gaza y Jerusalén Este, negándose a establecer su frontera definitiva, impidiendo la constitución de un Estado palestino y propagando los asentamientos israelíes en territorio Palestino. Sumado a ello, la construcción de un muro, los innumerables check points y los impredecibles toques de queda hace imposible la vida cotidiana del pueblo palestino. Todo ello es parte de un plan del Estado de Israel para obstaculizar el nacimiento de un Estado palestino y para echar a la población árabe de su tierra.

De nuevo “un error sumado a otro error, no dan un resultado justo”; con la suma de dos crímenes no se obtiene una justa causa; las víctimas no tienen el derecho de convertirse en victimarios. Sin necesidad de ir demasiado lejos en el tiempo, el día viernes 11 de Diciembre de 2009 una mezquita en la Cisjordania fue objeto de actos vandálicos por parte de los habitantes de un asentamiento hebreo. Los vándalos quemaron tapetes para las oraciones, libros de textos sacros y dejaron grafitis con amenazas. La tendencia difusa es la de reaccionar de esa manera ante las acciones del propio gobierno Israelí para frenar la construcción de asentamientos ilegales. Cada vez que el ejército de Israel intenta frenar la construcción de un asentamiento, sus habitantes reaccionan, por ejemplo, agrediendo a los palestinos y quemando sus huertos de olivos. La cosa tiene todo el sabor de los antiguos pogroms y linchamientos en contra de los habitantes de los ghettos hebreos por lo que la pregunta surge naturalmente: ¿realmente piensan que una historia de sufrimiento y persecuciones puede justificar el haber despojado a todo un pueblo de su tierra y de su derecho a constituirse como Nación? ¿Cuál es la lógica que justifica la negación y la opresión de un pueblo con la negación y la opresión de otro? La experiencia pasada del comunidad judía, ¿no debería ser más bien una fuerza que nos empuje a luchar por la libertad de autodeterminación de todos los pueblos y por la eliminación de toda discriminación por motivos de raza o religión?

El libro de Kanafani denuncia con valentía esta realidad y nos habla de una unión de dos diásporas, la hebrea y la del pueblo palestino, pero presentándolas en toda su humanidad y tragedia, sin demoniza al enemigo, sino mostrándolo con un rostro humano capaz de comprender la tristeza y el dolor de los antiguos ocupantes de esa tierra. Todo ello me pareció un perfecto ejemplo de esa “art engagè” y de aquellos escritores que ponen su arte al servicio de una causa, utilizándola como medio para denunciar situaciones injustas.

Ghassan Kanafani fue el primer escritor árabe que habló de Adab al-Muqawamah (literatura de la resistencia) convirtiéndose en el principal representante de un grupo de palestinos que desde el exilio han contribuido a luchar por la causa palestina a través de sus obras artísticas. Esta “Literatura de la Resistencia” se convierte en una obra de denuncia del drama de un pueblo expulsado de su propia tierra, desarraigado y disperso. Lamentablemente, Kanafani fue asesinado con un auto-bomba en 1972. La responsabilidad del atentado fue atribuida al Mossad, la agencia de inteligencia hebrea.

Su obra, de todos modos, sigue viva convertida en una perenne denuncia de las injusticias que sufre el pueblo palestino porque, como decía Brice-Parain “las palabras son armas cargadas”: hablar es disparar. Así lo ensena Jean-Paul Sartre en su ensayo “¿Qué es la literatura?” cuando dice que el escritor elige develar el mundo y el hombre a los otros hombres para que ellos teniendo pleno conocimiento de causa asuman su responsabilidad. “Nadie puede ignorar la ley, porque existe un código y la ley es escrita: luego uno es libre de violarla pero conociendo los riesgos que corre. Análogamente la función del escritor es lograr que ninguno pueda ignorar lo que ocurre en el mundo o pueda considerarse inocente.”