giovedì 31 dicembre 2009

Lemon Tree


“Ya he tenido mi dosis de dolor en esta vida.”



Esta vez es una película el estímulo que mueve a la reflexión: se trata de “El jardín de limones” (Lemon Tree), la película israelí dirigida por Eran Rilkis que cuenta la lucha de Salma Zidane, una viuda palestina que vive en la zona conocida como West Bank o Cisjordania, es decir, el lecho Oeste del río Jordán. La mujer cultiva un jardín de limones heredado de su padre y que representa, no sólo su medio de sustento económico, sino también sus raíces, su historia, su vida.

Los problemas de Salma inician cuando el ministro de Defensa de Israel se muda a una casa en la frontera con la Cisjordania convirtiéndose en el nuevo vecino de la protagonista. El ministro ordena la confiscación de la tierra y la poda de los limoneros puesto que, según el Mossad, ellos son una amenaza para la seguridad ya que terroristas árabes podrían usarlos para atentar contra la vida del ministro y su familia.

Pero Salma no está dispuesta a rendirse y, con la ayuda de un joven abogado, inicia una lucha legal para evitar que la orden se materialice. La esperanza de suceso aumenta cuando la mujer del Ministro manifiesta solidaridad por la causa de la protagonista andando en contra de sus intereses.

La genialidad de la historia reside en haber logrado mostrar el drama de la convivencia entre israelíes y palestinos y las repercusiones del eterno conflicto entre los dos pueblos sobre la vida de las personas comunes. Todo esto sin haber politizado el relato y sin espíritu de parte; poniendo énfasis en un claro mensaje: la absoluta posibilidad y la imperiosa necesidad de instaurar una relación palestino-israelí basada en el respeto de las recíprocas diferencias. Estoy convencida de que en ambos pueblos existe la voluntad de cambiar la situación actual y orientar el curso de la historia hacia la paz. En medio de los sionistas de extrema derecha que continúan negando la existencia de una nación Palestina y los terroristas islámicos que insisten en combatir una guerra santa para destruir a Israel existen miles de israelíes y palestinos que están cansados de la guerra y la violencia y quieren vivir en paz; miles de personas que consiguen ir más allá de la retórica del conflicto para reconocer que existen dos comunidades divididas por la etnia, la religión, la lengua pero unidas en el sentimiento universal de la paz y la solidaridad.

En esta película, el apretón de mano entre la palestina Salma y la israelí Mira, esposa del Ministro es un hermoso símbolo de esperanza; símbolo de esperanza que me fue imposible no identificar también en otro apretón de mano, ocurrido recientemente en otra zona de conflicto pero que, como argentinos, nos toca más de cerca. Me refiero al ex combatiente Carlos Azuaga, quién decidió cambiar “una memoria de muerte por otra de amor” al regresar luego de 27 anos a las islas Malvinas pero esta vez para celebrar su matrimonio junto a su amigo, el isleño Tony Blake, algunos ex combatientes argentinos e ingleses y, como si eso fuera poco, con The Draytones, la primera banda de rock anglo-argentina.


En el cine, como en los periódicos, no es fácil encontrar historias que estimulan el pensamiento e invitan a la reflexión. “El jardín de limones” es una de ellas. La política, la razón de Estado no son más importantes que los simples ciudadanos que, por esos motivos, viven inmersos en situaciones absurdas de miedo y desarraigo.

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