lunedì 18 gennaio 2010

"Invictus"


"Before I built a wall I'd ask to know
What I was walling in or walling out,
And to whom I was like to give offence.
Something there is that doesn't love a wall"

MENDING WALL
Robert Frost




Una película sobre la Sudáfrica de los años ’90 puede tener poco que ver con el Medio Oriente a primera vista. Resultará seguramente un poco extraño en un blog que intenta describir el mundo árabe a través de sus manifestaciones artísticas, pero decidí flexibilizar el criterio y hablar de ésta película porque, analizándola más de cerca, la Sudáfrica Post-Apartheid presenta diversos puntos de contacto con el conflicto árabe-israelí.

Merced a la destreza y habilidad de M. en el campo de la ciber-piratería pude ver hace algunos días el film de Clint Eastwood, “Invictus”, que se inspira a la vida de Nelson Mandela durante la copa mundial de Rugby del ’95 en Sudáfrica. En esta historia, vemos a Mandela apenas instalado en su cargo de presidente, resultado de las primeras elecciones multirraciales en el país, intentar la reconciliación de la población sudafricana a través del apoyo a la nacional de Rugby, los Springboks, en un momento en que tanto el rugby como los Springboks eran vistos como un símbolo del Apartheid y del dominio blanco sobre la mayoría negra.

El neo-presidente no solo sostiene la continuidad del equipo de rugby sino que lo envía, cual embajador de buena voluntad, a los lugares más pobres habitados por la población negra para realizar clínicas de rugby bajo el lema “One Team, One Country” (Un equipo, un país), en un admirable esfuerzo por lograr la reconciliación de una nación todavía marcada por la violencia y el racismo.

Ahora, teniendo el ejemplo de Sudáfrica y habiendo nacido en un país, Argentina, en donde españoles, italianos, alemanes, árabes, polacos y otros conviven pacifica y civilizadamente habiendo contribuido, cada uno con su diversidad, a construir la Nación Argentina, me resulta difícil aceptar que en Israel/Palestina, árabes e israelíes no puedan vivir unidos y trabajar hombro a hombro para la construcción de la paz en la región.

La realidad es innegable: el moto sionista “Una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra” era falso. Existía un pueblo sin tierra pero no existía una tierra sin pueblo. La Palestina tiene una población nativa; un pueblo que por siglos la ha habitado y que, con justo derecho, la considera su casa y su patria. Israel/Palestina estará siempre habitada por dos pueblos, los hebreos y los árabes. Como Sudáfrica, como Argentina, pero también como el país en el que soy huésped desde hace dos años: Italia. Construida con la unificación de un centenar de “staterelli”, reinos, condados, ducados, principados, vino primero el territorio italiano y después los italianos (“Abbiamo fatto l’Italia, ora bisogna fare gli italiani” dijo Cavour, "Hemos creado Italia, ahora tenemos que crear a los italianos".).

La Palestina geográfica podrá prosperar sólo si existe una relación de reciproca confianza entre los dos pueblos y esto es posible solo si los que llegan, en este caso los hebreos, llegan con la leal y honesta voluntad de convivir con el otro pueblo sobre la base del respeto recíproco con particular atención a los derechos humanos y nacionales de todos.

Otro ejemplo es el país en el que planeo (¡espero!) construir mi futuro: Los Estados Unidos de América. Un país construido sobre la diversidad y el multiculturalismo en donde las minorías raciales, sobre todo la población de color ha luchado durante siglos por obtener el reconocimiento de sus derechos pero cuya lucha ha dado sus frutos.

Sudáfrica, Argentina, Italia, Estados Unidos son todos ejemplos de Estados modernos en donde la raza y la religión no son criterios validos para decidir quién es ciudadano y quién no. El cuadro conceptual-ideológico en el que operan tanto el sionismo como el islamismo se inspira al nacionalismo orgánico del culto del suelo y de la sangre que se desarrolló en Europa en contraposición al nacionalismo liberal que deriva del iluminismo y de la Revolución Francesa. El nacionalismo orgánico define la pertenencia nacional no en base a criterios político-territoriales sino en base a consideraciones culturales, étnicas o religiosas que pueden ser fácilmente concebidas como reflejo de una unidad biológica o racial. Esta concepción, en mi opinión, es no solo anacrónica sino también peligrosa porque excluye a quien es diverso y perpetúa el conflicto.

En el siglo XXI el desafío de todos consiste en rechazar terminantemente toda división maniquea de la humanidad entre fuerzas del bien y fuerzas del mal. El desafío del pueblo hebreo es el de aceptar la presencia araba en la tierra de Israel y honrar sus reivindicaciones nacionales y políticas. Abandonar la política de Potencia, la Realpolitik que se avale de la violencia y de la fuerza olvidando que las heridas de la derrota y la humillación generan y exigen venganza.

El genio de Nelson Mandela, capaz de identificar los elementos que unifican y amalgaman en lugar de hacer hincapié en las diferencias y el contraste, sirva de ejemplo a los líderes políticos que tienen en sus manos los medios para poner fin al conflicto en la región.




En la película de Eastwood, Mandela entrega al capitán del equipo de rugby una copia del Poema “Invictus” de W. E. Henley, poema que lo inspiró y lo ayudó a mantenerse en pie durante sus 27 años de prisión.

INVICTUS

Out of the night that covers me,
Black as the Pit from pole to pole,
I thank whatever gods may be
For my unconquerable soul. -
In the fell clutch of circumstance
I have not winced nor cried aloud.
Under the bludgeonings of chance
My head is bloody, but unbowed. -
Beyond this place of wrath and tears
Looms but the horror of the shade,
And yet the menace of the years
Finds, and shall find me, unafraid.
It matters not how strait the gate,
How charged with punishments the scroll,
I am the master of my fate;
I am the captain of my soul.


INVICTUS

Desde la noche que sobre mi se cierne,
negra como su insondable abismo,
agradezco a los dioses si existen
por mi alma inconquistable.
Caído en las garras de la circunstancia
nadie me vio llorar ni pestañear.
Bajo los golpes del destino
mi cabeza ensangrentada sigue erguida.
Más allá de este lugar de lágrimas e ira
yacen los horrores de la sombra,
pero la amenaza de los años
me encuentra, y me encontrará, sin miedo.
No importa cuán estrecho sea el camino,
cuán cargada de castigo la sentencia.
Soy el amo de mi destino;
soy el capitán de mi alma

martedì 12 gennaio 2010

“PeaceMaker”.


En la Base Aérea de Dover, E.E.U.U., se construyó un Centro para acoger a los familiares de los caídos. Una enorme estructura con luces bajas, alfombras y sofás en donde las familias estadounidenses esperan la entrega de los cuerpos de los soldados muertos en Afganistán o Iraq.

Mientras tanto, el gobernador de la ciudad de New York asegura que los juicios a los procesados por los ataques terroristas del 11-09-01 costarán a la ciudad en torno a los $200 millones de dólares al año.

Sumado a ello, los aeropuertos de las ciudades más importantes de EEUU y Europa están invirtiendo millones de dólares para aumentar las medidas de seguridad; medidas de seguridad que incluyen scanners que podrían comportar una violación de la privacidad de los pasajeros o alimentar el mercado de la pornografía infantil.

Entre tanto, el Ministro de Defensa israelí es amenazado de muerte por sus propios ciudadanos quienes se oponen a un posible retiro de los asentamientos en los territorios ocupados y una delegación militar israelí cancela su visita a Inglaterra por miedo a que sus miembros sean detenidos y procesados por crímenes de guerra cometidos durante la última guerra en Gaza.

Hasta aquí algunos de los costos de la política belicosa y agresiva de las máximas potencias mundiales. Son éstos claros ejemplos de los frutos que se recogen cuando se siembra violencia y sufrimiento; cuando se persigue la utilidad económica a toda costa, aún a través de la industria despiadada de la guerra.

Seguramente esta política del confronto y del choque de civilizaciones para alentar los conflictos en el mundo trae ventajas y beneficios para alguien. Quizás para los productores y comercializadores de armas, para las empresas como Halliburton encargadas de proveer alimentación a las tropas americanas y sin ninguna duda para los países productores de petróleo y para una buena feta de la clase política mundial.

No obstante ello cabe preguntarse si la industria de la paz no sea igualmente rediticia. La promoción de la convivencia pacífica entre los pueblos parece no prometer enormes beneficios económicos en el corto plazo y, por consiguiente, no atrae la atención de las grandes multinacionales y de las más importantes lobbies estadounidenses. Yo en cambio creo que invertir en la educación a la paz sea conveniente y prometedor y que ello pueda reportar, en el largo plazo, beneficios de enorme magnitud no solo económicamente hablando puesto que la calidad de vida – no debemos olvidar – no se mide solamente en términos económicos.

En este sentido, “PeaceMaker” no es solo un video-juego; es también un valiente pronunciamiento a favor de la paz y una valiosa herramienta para conocer en profundidad las causas del conflicto en Medioriente.

Se trata de un juego de PC que simula el conflicto árabe-israelí con el objetivo de promover las relaciones pacificas entre palestinos e israelíes. Los participantes pueden elegir jugar en el rol del Primer Ministro de Israel o en el de Presidente de la Autoridad Palestina. La tarea es la de tomar decisiones en materia de seguridad en las fronteras, respuesta a ataques terroristas, asentamientos en los territorios ocupados, interactuando con otros líderes políticos y grupos sociales con el objetivo de alcanzar una solución estable del conflicto pudiendo ganar el premio Nobel de la Paz o ser procesado por crímenes de guerra.

Juagando al “PeaceMaker” uno alcanza a percibir la complejidad del conflicto, la imposibilidad de contentar a todas las partes y los sufrimientos, motivaciones, razones y no-razones de los dos pueblos implicados.

En un mundo gobernado por la inconciliable lucha de facciones en donde el debate está inevitablemente contaminado por las manipulaciones propagandísticas de ambos campos, un simple videojuego nos enseña que no alcanza con responder a los atentados con la represión y a la represión con los atentados y que no es posible alcanzar un acuerdo de paz mientras no se rompa este diabólico engranaje.



Quizás sea hora de revolucionar el mercado de la política internacional apostando a aquellos productos que nos proponen un desafío nuevo: no la guerra, la batalla, la muerte y la destrucción sino simplemente la paz. Después de todo ser un Peace Maker y lograr conciliar los intereses y los derechos de los diversos pueblos de la humanidad parece ser una empresa mucho más difícil que la de cualquier superhéroe. Una buena "campaña de marketing" que nos convenza de que la paz es una buena inversión de la cual, a la larga, tenemos mucho más que ganar es la clave. Para lograrlo el primer paso es, seguramente, crear más “solucionologos” y menos “problemologos”, menos “War Lords” y màs “Peace Makers”.

lunedì 4 gennaio 2010

“Valley of the Wolves, Iraq”




Históricamente el hombre necesitó siempre diferenciarse, agruparse y establecer clasificaciones aún al interno de su propia especie. Nos definimos por contraposición y exclusión. Somos porque no somos. Norte, Sur; Oriente, Occidente; arios, latinos, semitas; blancos, negros. Necesitamos delimitar el grupo al que pertenecemos y lo hacemos resaltando nuestras diferencias. El otro define nuestra identidad. Gracias al otro pertenecemos y nos integramos con los nuestros.

Todo esto está muy bien, es lógico, natural y hasta podemos decir que no hace mal a nadie. El problema surge cuando, para exacerbar el sentimiento de pertenencia a un grupo, se recurre sistemáticamente a la demonización del otro; cuando se coloca al otro en una categoría no-humana que, por consiguiente, es necesario obstaculizar, contrastar y anular.

Es un fenómeno que ha existido siempre pero al que asistimos en manera creciente en los últimos siglos y ha sido, sobre todo, una de las características principales del conflicto con el Medio Oriente.

La película que menciono en el título – “Valle de los lobos, Iraq” – es un claro ejemplo de esta tendencia a la demonización del enemigo por la cual son mayormente responsables los medios de comunicación masiva ya que con ella ensanchan la distancia que existe entre nosotros y los otros, aumentando los riesgos de agresividad y destructividad.

Se trata de una película turca del año 2006 muy popular en su país de origen. Está ambientada en el Iraq ocupado por los Estadounidenses y tiene como protagonista un súper agente turco (una especie de Rambo turco) que debe vengar a un amigo por la deshonra que sufrió por manos del “diablo blanco”.

La historia inicia con la representación de un incidente de la vida real: un grupo de soldados y civiles de la Turquía, país aleado con USA contra Iraq, fueron detenidos por fuerzas estadounidenses a punta de pistolas y con bolsas en sus cabezas. Toda la cuestión se reveló un error al cabo de 60 horas de detención pero el pueblo turco, aparentemente, vivió los acontecimientos como una gran ofensa a su orgullo nacional.

Uno de los oficiales detenidos, no pudiendo soportar la vergüenza decide suicidarse, pero antes de hacerlo escribe a su amigo Polat Alemdar, para pedirle venganza por el ultraje sufrido. De aquí el viaje de este agente al Norte de Iraq para cumplir la misión que le ha sido encomendada.

La película levantó una enorme polvareda en su momento porque retrata a los americanos, a los cristianos y a los judíos como verdaderos villanos. Sam William Marshall, el antagonista, declara haber venido a Iraq para ayudar a crear el Reino de Dios en nombre de la Cristiandad. El actor americano Gary Busey interpreta a un médico judío que extirpa los órganos de los detenidos iraquíes para enviarlos a EEUU, Inglaterra o Israel. La película también tiene episodios de violencia y de maltrato hacia los detenidos que se inspiran “libremente” en sucesos verdaderos, como las gravísimas violaciones a los derechos humanos en la prisión de Abu Graib o la masacre de un grupo de afganos que eran transportados dentro de un convoy hacia una prisión (Información sobre los sucesos verdaderos aquí).

La película no rescata a ninguno. Hay incluso para los kurdos quienes son acusados de ser marionetas en manos de los americanos. El Islam, en cambio es presentada como una religión de paz a través de la fantástica actuación de uno de mis actores favoritos: Ghassan Massoud. La lista de categorías humanas es interminable (Kurdos, musulmanes, turcos, judíos, cristianos, americanos, árabes) y la exaltación del sentimiento nacional, una vez más, olvida que somos todos ciudadanos del mismo mundo.

La crítica no se circunscribe a la película “Valley of the Wolves, Iraq” solamente, sino que se extiende al descuido de la importante función social que el cine, la literatura, los medios de comunicación deben cumplir hoy en día y a la falta de complejidad y de profundidad de pensamiento a la que ellos nos tienen acostumbrados.

Nos asombramos cuando el mundo árabe se alza en protesta en contra de los dibujos ofensivos del profeta Mahoma pero reaccionamos de la misma manera cuando del otro lado se produce un film que nos retrata como crueles invasores olvidando que Hollywood tiene una larga historia de villanos árabes, tal y como nos lo recuerda el genial John Stewart:

The Daily Show With Jon StewartMon - Thurs 11p / 10c
Film Threat
www.thedailyshow.com
Daily Show
Full Episodes
Political HumorHealth Care Crisis



El arte no debería contribuir a agravar el choque de civilizaciones ni obstaculizar el dialogo entre culturas. La contraposición entre Occidente y el Islam es, no solo históricamente infundada, sino que sirve como una peligrosa justificación de conflictos detrás de los cuales se esconden despiadados intereses económicos.

Así mismo, simplificar las cosas identificando la propia causa con el Bien Supremo y la del otro con el Mal Absoluto es expresión de la falta de intención de conocer al prójimo. Es imprescindible que el cine, como toda otra manifestación artística, se convierta en un instrumento de educación a la paz que tienda progresivamente a la identificación con el otro y al reconocimiento del otro como igual.